martes, 28 de junio de 2016

IN  MEMORIAM 

A la muerte de Edgar Pisani.   


El pasado 20 de junio murió en París a la edad de 97 años, Edgar Pisani, político francés cuya trayectoria ha marcado la vida política de Francia y de la UE durante casi tres cuartos de siglo. Nacido en Túnez (cuando aún era protectorado francés), hijo de una familia de origen maltés, su vida ha estado vinculada a cuatro grandes pasiones: el servicio público, la agricultura, el europeísmo y la dos orillas del Mediterráneo.

Después de una participación activa en la resistencia francesa contra la ocupación nazi (fue decisiva su participación en la defensa de la prefectura de París, recogida en la película “Arde París”), se unió al equipo del General De Gaulle al finalizar la II Guerra Mundial, ocupando diversos cargos de responsabilidad en el gobierno de concentración nacional.

Desde entonces emprendió una carrera política desde los puestos locales (alcalde, prefecto,…) hasta los provinciales y nacionales (diputado y senador, ministro en varias ocasiones). Siendo un político de izquierda vinculado al partido socialista, pero abierto al diálogo con otros grupos políticos, fue por, encima de todo, una persona al servicio de los intereses generales, lo que le llevó a participar en gobiernos de coalición de amplio espectro. Su conciencia de servidor público se imponía sobre sus lealtades partidarias.

Al comienzo de la V República con el regreso del general de Gaulle a la escena política francesa tras la crisis de Argelia, el primer ministro francés Michel Debré lo nombraría Ministro de Agricultura en 1961, cargo que ocuparía hasta 1966. Desde ese puesto de responsabilidad, Edgar Pisani sería el artífice de las grandes leyes de orientación de la agricultura francesa (1962) que impulsaron el proceso de modernización agraria en ese país. En esas dos leyes plasmaría su gran pasión por la agricultura, promoviendo programas tales como los de regulación del mercado de tierras, ordenación del territorio, instalación de jóvenes agricultores, cooperativismo, vertebración de la cadena alimentaria,… Y todo ello en estrecha concertación con el sindicalismo agrario según un modelo de cogestión que se convertiría en un ejemplo a imitar en otros países y en la base de la Política Agraria Común europea.

Su pasión europeísta le llevó a ocupar en 1981 el puesto de Comisario de Desarrollo en la Comisión Europea presidida por Gaston Thorn, puesto que mantuvo hasta 1985, cuando fue nombrado por el gobierno francés Alto Comisionado para la Nueva Caledonia, en un momento muy convulso en la colonia francesa.

Su pasión por el diálogo intercultural, le hizo asumir el puesto de Presidente del “Instituto del Mundo Arabe” entre 1988 y 1991 y, más tarde, su pasión por el Mediterráneo le condujo a la presidencia del “Centre International des Hautes Etudes Agronomiques Méditerranéennes” con sede en Montpellier.

Sus últimos años los dedicó Pisani a impulsar la creación de diversos grupos de reflexión sobre la agricultura y el mundo rural, en los que reunió a expertos de distintas disciplinas académicas (agrónomos, economistas, sociólogos, geógrafos,…) y a personas vinculadas al mundo sindical y cooperativo. Primero fue, a escala francesa, el llamado “Grupo de Seillac”, y más tarde, a nivel europeo, el “Grupo de Brugge” (Brujas), del que tuve la fortuna de formar parte durante varios años participando en la traducción del documento “Por un cambio necesario en la agricultura” (publicado en español en 1997 por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación).

En los grupos que promovió, su magisterio, su gran capacidad para comunicar y escuchar y, sobre todo, sus largos e intensos silencios (le gustaba autodefinirse como un “místico agnóstico”), le hizo asumir un auténtico liderazgo que siempre quedará en nuestro recuerdo.

Su libro de memorias agrarias y rurales “Un vieil homme et la terre” (“El viejo y la tierra”) es un libro apasionante, de lectura obligada, sobre el amor por la tierra de un hombre ya mayor, que continuó hasta sus últimos días pensando en cómo mejorar la agricultura y el mundo rural.

Descanse en paz.

viernes, 24 de junio de 2016

 DESPUÉS   DEL   BREXIT


Los británicos han decidido en referéndum salirse de la UE. El Brexit ha ganado con claridad, con más de un millón de votos de diferencia sobre los partidarios del Brin. Ya se ha cobrado la primera víctima en la persona de David Cameron, quien, asumiendo la responsabilidad que le faltó al convocar el referéndum británico, ha anunciado su dimisión como Primer Ministro.

Más allá de las esperadas turbulencias en los mercados bursátiles, que se irán calmando en los próximos días, el resultado del referéndum plantea un problema interno de legitimidad entre, de una parte, un Parlamento mayoritariamente favorable a la permanencia en la UE y, de otra, una población que se ha manifestado en contra y que ha sido movilizada por partidos, como el UKIP, con sólo un parlamentario. Veremos cómo lo resuelven los británicos en las próximas semanas.

A nivel de la UE, el art. 50 del Tratado de Lisboa, establece el procedimiento de salida de un Estado miembro, pero no se tiene experiencia de cómo hacerlo, por lo que no será fácil su implementación. En todo caso, no se espera que haya novedades antes de dos años, plazo máximo que tendrán los negociadores de una y otra parte para fijar el nuevo marco de relaciones entre la UE y el Reino Unido.

En este sentido puede haber diversas formas de encaje para evitar grandes trastornos en ambas partes. Una posibilidad, entre otras, es que el Reino Unido forme parte, como Noruega, del llamado Espacio Económico Europeo, un mercado interior común que permite la libertad de personas, bienes, servicios y capitales. Además, el Reino Unido podría continuar participando en acuerdos de cooperación intergubernamental con la UE en materias como seguridad, investigación, educación, medio ambiente,… aunque no en las políticas comunes, como la agraria y pesquera. De este modo se podrán minimizar los efectos negativos del Brexit, aunque es verdad que si, como se prevé, se produce una recesión económica en el Reino Unido y una devaluación de la libra, eso repercutirá en las economías de los países de la UE.

Sin minimizar los efectos económicos de la salida del Reino Unido, lo que me interesa resaltar en este breve artículo, son sus consecuencias políticas, y los efectos que puede tener sobre el proceso de integración europea. Porque debemos tener en cuenta que los problemas de la UE siguen estando ahí después del Brexit, unos problemas pendientes de un tratamiento serio y responsable por parte de las instituciones comunitarias. Quizá la salida del Reino Unido acelere ese tratamiento para evitar que las cosas vayan a peor e impedir que se produzca un efecto contagio en otros países, como Holanda, Austria, Francia o la misma Alemania, donde los partidos nacionalistas antieuropeos están en claro ascenso.

El efecto contagio es la más grave consecuencia política que podría tener la victoria del Brexit, ya que les daría argumentos a esos dirigentes populistas para exigir referéndums similares al británico, creando tensiones internas de difícil gestión en un momento tan delicado como el actual (con una crisis económica aún no resuelta, con la amenaza del terrorismo yihadista y con la inestabilidad instalada en las fronteras europeas que provoca la llegada masiva de refugiados en busca de asilo).

Sea como fuere, la UE necesita una reflexión seria sobre el estado de debilidad en que se encuentra y precisa de un diagnóstico correcto, así como de un adecuado tratamiento que no excluya ninguna posible solución. Simplificando en aras de ordenar un debate tan complejo como éste, las posiciones programáticas respecto al futuro de la UE pueden resumirse en las tres siguientes.

En primer lugar, la europeísta de “más Europa”, favorable a que la UE avance hacia una federación de estados, que implique mayor cesión de competencias a Bruselas, que aumente el rango de las políticas comunes y que incremente las aportaciones de los Estados miembros al presupuesto común (hoy fijado en un irrisorio 1% del PIB europeo).

En segundo lugar, la posición euroescéptica de “menos Europa”, que aboga por que la UE se limite a consolidar el mercado único y a desarrollar una zona de libre cambio, devolviendo competencias a los Estados miembros, incluso en políticas que son hoy comunes (como la agraria, que, en opinión de los euroescépticos, sería renacionalizada).

Y en tercer lugar, la posición europosibilista (o europragmática) que aboga por una integración flexible en el marco de una “Europa a varias velocidades” que existe ya de hecho en la UE (por ejemplo, sólo 19 países están en el euro). Esta posición apuesta por avanzar hacia una mayor integración sólo en algunas políticas (como las correspondientes al euro y la UEM, y las relativas a la regulación del derecho de asilo), pero dejando otras áreas a la lógica de la cooperación intergubernamental y ofreciendo una especie de estatuto a la carta para que cada Estado encuentre su acomodo en la UE.

En definitiva, la victoria del Brexit, siendo una mala noticia, hay que verla como una oportunidad para debatir sobre el futuro de la UE, reflexionando con sensatez sobre los grandes problemas que tenemos por delante (por supuesto, el de reactivar la economía y gestionar la llegada de refugiados e inmigrantes, pero también el de afrontar el problema de la seguridad interior).

No es el momento ni de las flagelaciones, ni de las huidas hacia adelante, ni tampoco del resentimiento contra los que han votado libremente salirse de la UE. Es momento de mantener la calma y la serenidad, de hacer un buen diagnóstico sobre las debilidades del proyecto europeo y de buscar, con realismo, las mejores soluciones para reactivarlo.

domingo, 19 de junio de 2016

EL   REFERENDUM   DEL   BREXIT   Y   LA  INTEGRACIÓN   EUROPEA      

Hoy jueves 23 de junio tendrá lugar el referéndum sobre la salida (Brexit) o permanencia (Brin) del Reino Unido en la UE, La campaña se ha visto empañada de manera trágica por el asesinato de Jo Cox, joven diputada laborista partidaria de la permanencia británica en la UE, y activa militante en favor de los derechos humanos (en especial, de los refugiados e inmigrantes). Al grito de "Muerte a los traidores. Por la libertad del Reino Unido", el asesino, Thomas Mair, mostraba así el carácter político de su crimen, corroborado más tarde al descubrirle la policía británica estrechos vínculos con movimientos neonazis.

Las encuestas muestran un empate técnico, por lo que los próximos días de campaña serán decisivos para inclinar la balanza hacia el Brexit o hacia el Brin. El referéndum fue impulsado por el propio David Cameron en una arriesgada e irresponsable táctica para frenar las divisiones internas en el Partido Conservador. Esa decisión se le ha convertido al premier británico en una pesadilla, y de paso a todos los europeos, al ser incapaz de frenar el avance del ala euroescéptica de su partido, liderada por Boris Johnson (anterior alcalde de Londres) y alineada en este tema con el líder derechista Nigel Farage y su partido UKIP (Partido por la Independencia del Reino Unido).

Lo paradójico de todo esto es que el futuro de Cameron (firme partidario de la permanencia) está en manos del Partido Laborista, que, aun siendo crítico con las actuales políticas neoliberales europeas, está haciendo campaña por la continuidad del Reino Unido en la UE, una actitud coherente con la tradición reformista/posibilista del laborismo británico. Es sintomático de esta alianza coyuntural, el acto conjunto realizado hace unos días por Cameron y Corbyn (líder laborista) en el lugar donde fue asesinada la diputada Cox.

Como ocurre en todos los referéndums, el voto suele ser más emotivo que racional. Por ello, los partidarios del Brexit lo han tenido más fácil apelando al aspecto emocional del orgullo británico, frente a unos partidarios del Brin que difícilmente han podido emocionar al electorado con las bondades de un proyecto europeo en horas bajas. De poco han servido las controvertidas concesiones realizadas al Reino Unido por el Consejo Europeo, que Cameron ha presentado en la campaña como una conquista, pero que no parece haber tenido mucha influencia en los votantes, dado el carácter técnico de las mismas.

Sea como fuere, y con independencia del resultado del referéndum, creo que ésta es una buena oportunidad para reflexionar sobre el proceso de integración europea, un proceso cada vez más complejo y con muchas incertidumbres sobre su viabilidad. La amenaza de salida de un socio tan importante como el Reino Unido nos debe hacer reflexionar sobre cuál es el camino que mejor se ajusta a las reales posibilidades de la integración: si debe acelerarse en la dirección de “más Europa” (federación de estados), como desean los más entusiastas europeístas; si debe ponerse la marcha atrás e ir hacia “menos Europa” (mercado único y zona de libre cambio), como proponen los más euroescépticos, o avanzar lentamente hacia una Europa a “varias velocidades” (según el modelo flexible y asimétrico de los antiguos imperios), como proponen los más realistas (ver el artículo de Josep María Colomer, publicado en El País, 8/03/2016).

No es la primera vez que un socio de la UE amenaza con salirse, ni tampoco que esa amenaza implique cambios en el proceso de integración. Recordemos el incidente de 1965 conocido como “crisis de la silla vacía”, cuando el gobierno francés (presidido por De Gaulle) abandonó las instituciones comunitarias por no estar conforme con el modo como la Comisión Europea (presidida entonces por el alemán Hallstein) estaba aplicando la PAC (política agraria común). Francia regresaría seis meses más tarde (enero de 1966) tras firmarse el llamado “compromiso de Luxemburgo”, en el que los seis jefes de Estado y de Gobierno de la entonces CEE aceptaban las exigencias francesas reduciendo el poder de la Comisión Europea en materia de política agraria e introduciendo el derecho de veto de los gobiernos nacionales.

La anomalía británica

Gran Bretaña siempre ha sido un socio incómodo, aunque necesario, en la UE. A pesar del relevante papel que desempeñó en la victoria aliada en la II Guerra Mundial y de sus convicciones democráticas en favor de los valores occidentales, los británicos no se unieron al proceso de construcción europea a finales de los años 50.

Se mantuvieron al margen, confiados en poder mantener por sí solos su lugar en el mundo, gracias a su tradicional alianza transatlántica con los EE.UU., al poder financiero de la City y a las relaciones comerciales con sus antiguas colonias en el marco de la Commonwealth. Razones históricas hay en todo ello, que se remontan a la construcción de la propia Gran Bretaña como estado-nación y a su insularidad, tema éste que nos llevaría demasiado lejos en este breve artículo.

A principios de los 70s, el gobierno conservador de Edward Heath acordó solicitar la incorporación del Reino Unido al club europeo, lo que lograría en 1973 a pesar de las reticencias de la Francia post-De Gaulle, siempre desconfiada de las intenciones británicas. La entrada del Reino Unido en la UE reforzaba la presencia internacional del proyecto europeo y su vocación transatlántica, pero introducía una anomalía respecto a las bases franco-alemanas en las que se sustentaba.

Esa anomalía, que aún persiste, ha sido de dos clases. Una, económica, al incorporarse a la UE un país, como el Reino Unido, con una economía muy diferente de las del resto de países fundadores: menos intervenida por el Estado; más confiada en el funcionamiento de los mercados; poco complementaria de la francesa y la alemana, y con el relevante poder financiero de la City londinense (lo que explica su opt-out en el Tratado de Maastricht para quedarse fuera de la UEM y no aceptar el euro como moneda única).

La otra anomalía es política, debido al singular funcionamiento de la democracia británica: predominio del poder legislativo (parlamento) sobre el poder ejecutivo; acentuada cultura de accountability (rendición de cuentas) de los responsables políticos; alto grado de flexibilidad en la aplicación de las leyes, y bajo nivel de burocratización de sus administraciones públicas. Su siempre pertinaz oposición a que la Comisión y el Parlamento europeos acaparen nuevas competencias en detrimento de los gobiernos y parlamentos nacionales, es una buena muestra de la desconfianza británica hacia el poder de Bruselas (desconfianza reafirmada ahora al incluir este asunto en sus exigencias para permanecer en la UE).

Esta singular cultura económica y política hace que el Reino Unido haya sido un socio distinto de todos los demás, y hasta incómodo para la adopción de acuerdos que signifiquen avanzar en un proceso de integración política y económica del que los británicos siempre han desconfiado. De hecho, una de las exigencias de Cameron para contrarrestar el Brexit es que desaparezca de toda directiva o reglamento comunitario la mención a “una mayor integración europea” (ever closer union), lo que demuestra la clara oposición británica a un modelo federal europeo.

Aun así, la presencia del Reino Unido ha sido, y es, muy importante para la UE, ya que, con su pragmatismo y flexibilidad, y con el intenso dinamismo de su sociedad civil, neutraliza la cultura jacobina francesa y la hegeliana cultura alemana, basadas ambas en el influjo de las ideas, en una fuerte presencia estatal y en el rígido cumplimiento de las reglas y el derecho. Los franceses han sido siempre los ideólogos de la UE, tomando la iniciativa y proponiendo nuevos retos en el proceso de integración europea, al tiempo que los alemanes han sido los más preocupados por darle la adecuada forma jurídica.

Por el contrario, los británicos, con su pragmatismo, son los que preguntan “esto para qué”, “cuánto cuesta” o “qué consecuencias va a tener en la práctica”. En este sentido, la presencia del Reino Unido puede verse como una especie de “atranca ruedas” dentro de la UE, que muchos desean perder de vista para no verse molestados con preguntas siempre incómodas. Sin embargo, otros, entre los que me incluyo, consideran que la participación del Reino Unido en la UE es positiva, ya que, además de su peso económico y de su indudable contribución a la cultura europea, el pragmatismo británico nos obliga a pensar si un proyecto merece la pena sacarlo adelante y si será viable una vez puesto en marcha. Voy a poner un par de ejemplos, que están hoy en el debate sobre el Brexit.

La inviabilidad de la integración política europea

Después de la inevitable y sobrevenida ampliación de la UE a los países europeos del Este en los años 90s, muchos pensábamos, pero sin decirlo, que el proyecto de integración política hacia un modelo federal era inviable con una Europa a 28, y que sólo podríamos aspirar a organizar, que no es poco, un mercado único para la libre circulación de bienes, servicios y personas. Los británicos nunca han ocultado su desconfianza, dudando incluso de la viabilidad de la libre circulación de la mano de obra en áreas geopolíticas muy heterogéneas desde el punto de vista económico, como es el caso de la UE tras la ampliación.  De hecho, el Reino Unido nunca ha formado parte del espacio Schengen, y se ha reservado la facultad de controlar la entrada de ciudadanos europeos al territorio británico.

Otro ejemplo está relacionado con la resistencia británica a extender los derechos sociales a los europeos que residen en el Reino Unido, pero que no tienen la nacionalidad, como es el caso de conceder a todos ellos las ayudas sociales previstas en la legislación británica (tax credits) como complemento de los “minijobs”. Este tema es uno de los que planteó Cameron al Consejo Europeo como condición para defender en el referéndum la permanencia en la UE. Cameron propuso que esas ayudas sólo puedan concederse cuando el residente lleve cuatro años en territorio británico, propuesta calificada por políticos de los países afectados como inaceptable “línea roja” que la UE no debería admitir so pena de perder uno de los pilares de la cohesión.

Sin embargo, las exigencias británicas, lejos de descalificarlas por principio, deberían hacernos pensar sobre algunos ambiciosos objetivos de la UE que, por mucho que estén incluidos en los Tratados, serán inviables si no van acompañados de la correspondiente política común y del consiguiente incremento del presupuesto europeo. En el caso de los citados derechos sociales que implican ayudas económicas (tax credits), creo que tendría sentido exigir su extensión a todos los ciudadanos europeos con independencia de su nacionalidad si esas ayudas fueran financiadas por el presupuesto común de la UE, pero tendría menos sentido si son los propios Estados los que tienen que financiarlas. Se dan casos de gobiernos que bajan la presión fiscal y reducen el gasto público en política social dentro de su país, y que, sin embargo, exigen a otros gobiernos de la UE, más generosos en estas cuestiones, extender las ayudas a compatriotas que han tenido que trasladarse a esos países buscando el empleo y la protección social que no tienen en el suyo. Ese es el caso de los varios cientos de miles de polacos que residen en el Reino Unido, pero también el de los más de 100.000 españoles registrados en ese país.

Una reflexión similar cabe hacer sobre el ambicioso reto de crear la UEM (euro), que siempre criticó el Reino Unido. Las dificultades en las que se ve envuelto este enorme desafío radican, entre otras cosas, en la precipitación de su puesta en marcha (sin una adecuada arquitectura institucional) y en no haberse abordado una política fiscal común. Tal vez en eso hubiera sido útil haber prestado atención a las llamadas de alarma realizadas por el pragmatismo británico sobre la viabilidad de poner en marcha la UEM.

En definitiva, el referéndum sobre el Brexit  hay que verlo como una oportunidad para debatir con realismo sobre el futuro de la UE, reflexionando con sensatez y pragmatismo sobre los grandes problemas que tenemos por delante (por supuesto, el de los refugiados e inmigrantes, pero también el de la reactivación económica y la lucha contra el terrorismo yihadista, para lo cual es fundamental contar con el Reino Unido). No es el momento de plantear grandes proyectos de integración que sólo sirven para despertar emociones, pero que carecen de viabilidad en una Unión como la actual cuyo presupuesto común sólo representa el 1% del PIB europeo. Es el momento de seguir avanzando con cautela (a pequeños pasos, como recomendaba Jean Monnet) y a varias velocidades (cosa que ya es una realidad en varios temas), echando incluso el “freno de emergencia” cuando haga falta como única vía para que el proyecto de integración no descarrile.

Tal vez haya que avanzar hacia modelos flexibles y asimétricos de integración que permitan el acomodo en el proyecto europeo de una estructura tan compleja y heterogénea de países como la que existe hoy en la UE. Es indudable que los actuales 19 países de la zona euro deben avanzar rápidamente en la integración política para consolidar la Unión Económica y Monetaria. También es indudable la necesidad de avanzar en la construcción de una política común de asilo y extranjería en el conjunto de la UE. Pero no se tiene por qué avanzar con el mismo ritmo e intensidad en otras políticas, en las que bastaría con una eficaz cooperación intergubernamental. En resumen, con el Reino Unido dentro (Brin) o fuera (Brexit), la UE se verá abocada a iniciar un debate serio y realista sobre su futuro, que le permita salir de la parálisis actual y abrir un nuevo horizonte de expectativas reales (no ficticias). 

domingo, 5 de junio de 2016

SOBRE   LAS   “RESERVAS   DE   LA   BIOSFERA”


(texto basado en los resultados de la tesis doctoral de Joel Maximiliano Martínez sobre la reserva de “La Sepultura”, en el estado mexicano de Chiapas, realizada bajo mi dirección
en la Universidad de Córdoba y leída el pasado mes de mayo)


Casi el 13% de la superficie terrestre a nivel mundial y casi el 2% del área oceánica, se ven afectados por algún programa de protección de la naturaleza, habiendo aumentado en los últimos diez años. Ello significa que la gestión de dichos espacios naturales está bajo la responsabilidad de entidades públicas (sobre todo, de las que tienen competencias en materia de medio ambiente).

Algunos autores señalan que no se puede caer en la autocomplacencia, ya que, a pesar de las políticas de protección, el deterioro de los espacios naturales avanza de forma inexorable, mostrando las limitaciones de esas políticas. De ahí que se considere que proteger la naturaleza no es sólo un tema de conservación de determinadas áreas, sino una cuestión más compleja que exige tener en cuenta no sólo los elementos que afectan directamente a los ecosistemas, sino también los que se refieren a las condiciones de vida de la población que reside en ellos.

Lo que se plantea es, por tanto, ampliar el paradigma de la protección de la naturaleza sacándolo del reducido ámbito ecológico para integrarlo en el paradigma de la sostenibilidad (económica, social y ambiental).

El programa MaB de la UNESCO

El Programa sobre el Hombre y la Biosfera de la UNESCO (en adelante, MaB) (Man and Biosphere) iniciado en los años 1970, aborda de un modo integral el tema de la conservación de la naturaleza al hacer compatible este objetivo con el de la mejora del bienestar de la población que reside en los espacios naturales y que utiliza los recursos asociados a dichos territorios. A lo largo de sus más de cuarenta años de funcionamiento, el Programa ha ido centrando sus actuaciones en la figura de la “reserva de la biosfera” (REBI).

Las REBIs son, por tanto, un reconocimiento que concede la UNESCO a determinados espacios naturales que, por su valor emblemático en materia de biodiversidad, deben ser protegidos mediante políticas destinadas a conciliar el objetivo de la “conservación” de la naturaleza y el del “desarrollo económico y social”.

El reconocimiento puede concederse, por tanto, a áreas terrestres, costeras o marinas representativas por su valor único desde el punto de vista de la biodiversidad, y siempre que la población humana y sus actividades sean parte integral de ellas. La declaración de una zona como REBI debe implicar el desarrollo de programas de protección apoyados en bases científicas, así como en el conocimiento y saberes locales y en la identidad cultural de la población.

Actualmente, existen a nivel mundial 650 reservas de la biosfera reconocidas por el programa MaB de la UNESCO e integradas en la “Red Mundial de Reservas de la Biosfera”. En España son 47 las áreas naturales reconocidas por la UNESCO como reservas (en Andalucía, están las de Sierra de Grazalema, Doñana, Cabo de Gata-Níjar, Sierra Nevada o Sierra de las Nieves, Cazorla-Segura-Las Villas, Dehesas de Sierra Morena)

En toda REBI deben quedar bien delimitadas tres zonas geográficas. La primera es la “zona núcleo”, cuyos rasgos ecológicos son los que justifican la creación de la reserva, siendo, por ello, la zona mejor conservada por contener el mayor grado de biodiversidad. Esta zona debe estar dotada, por tanto, de instrumentos legales de máxima protección en el marco de cada legislación nacional (en el caso español, la zona núcleo de nuestras REBIs está protegida por la figura de “parque natural”). De ese modo se garantiza tanto la conservación de los componentes más valiosos y representativos del correspondiente espacio natural, como la preservación de los servicios ambientales que proporciona.

Alrededor de la “zona núcleo” se encuentra la “zona de amortiguamiento o tampón” (buffer zone), donde se puede permitir la realización de actividades que sean compatibles con la conservación y que puedan contribuir al desarrollo de la investigación, la educación ambiental, la utilización de los modelos tradicionales de aprovechamiento,… En esta “zona tampón” se pueden autorizar, por tanto, actividades productivas, pero siempre que sean de bajo impacto e intensidad, con objeto de reducir sus posibles efectos sobre la “zona núcleo”.

Rodeando a esta segunda zona existe la “zona de transición”, donde se pueden autorizar actividades agrarias e industriales y donde tiene lugar la realización de acciones destinadas específicamente a promover el “desarrollo y bienestar” de la población local, pero con criterios de sostenibilidad. Para el cumplimento de las funciones de cada zona, se utilizan ciertas herramientas de actuación sobre el territorio, tales como la planificación territorial, los procesos participativos de los agentes implicados (decisores, técnicos, población local, grupos de interés,…), los sistemas de gobernanza o los mecanismos de coordinación.

La política de REBIs es la única política de protección de espacios naturales cuyo objetivo específico es preservar la biodiversidad conciliándolo con el desarrollo y el bienestar de las poblaciones locales. Constituye, por tanto, una figura de protección en la que explícitamente se incluye a la población local como actor clave en la gestión de los espacios naturales. Además, son políticas que permiten construir una relación de mutuo acercamiento entre los gestores públicos, la comunidad científica y las poblaciones locales.

Limitaciones de las políticas de protección

Análisis comparados entre REBIS situadas en diferentes contextos sociales y económicos, muestran las limitaciones que encuentran estas políticas de protección de la naturaleza en territorios donde se carece de las infraestructuras y equipamientos necesarios para asegurar el desarrollo y bienestar de la población local. En tales casos se manifiestan las contradicciones de políticas como ésta de la REBIs.

Si bien persiguen objetivos integrales de sostenibilidad ambiental, económica y social, estas políticas son, sin embargo, diseñadas por departamentos sectoriales, como los de medio ambiente, cuya lógica de conservación de los ecosistemas les lleva a estar más preocupados por el logro de los objetivos ambientales que de los relacionados con el desarrollo y el bienestar de la población.

De ese modo, las acciones emprendidas desde los departamentos de medio ambiente, aunque puedan obtener algunos resultados positivos gracias a los sistemas de incentivos económicos (por ejemplo, los “pagos por servicios ambientales”), se ven limitadas por las carencias existentes en esos otros ámbitos. Así, los objetivos de conservación acaban siendo negativamente afectados por la falta de infraestructuras y equipamientos en el territorio de la reserva.

Esto nos conduce a la reflexión final de que no es posible conciliar mediante políticas sectoriales los objetivos de la “conservación de los ecosistemas” y el “desarrollo y bienestar de la población” en territorios donde existen graves carencias en infraestructuras, servicios y equipamientos básicos. Sólo políticas integrales, diseñadas y aplicadas de manera coordinada por diversas instancias administrativas (medio ambiente, educación, salud, servicios sociales, fomento,…), pueden hacer posible la conciliación de esos dos objetivos. Estos dos objetivos son los que le dan a la figura de la REBI su singularidad respecto a otras figuras de protección de la naturaleza (como las de la red Natura 2000 de la UE, cuyo objetivo fundamental es la conservación).

Esta es la principal conclusión del trabajo de tesis doctoral realizada, bajo mi dirección, por el doctorando Joel Maximiliano Martínez en la Reserva de la Biosfera de “La Sepultura”, en el estado mexicano de Chiapas.