domingo, 28 de febrero de 2016

RESEÑA DEL  LIBRO  “EL  MINOTAURO  GLOBAL” (Yanis Varoufakis, 2015)

(reseña escrita el 10/02/2015)

“El Minotauro global” es un libro sugerente sobre el crash de 2008. Su autor, el economista Yanis Varoufakis, actual ministro de Finanzas del gobierno griego de Syriza, lo escribió en versión inglesa en 2011, y la primera edición española se publicó en 2012. Es un libro de amena lectura, dirigido a un público no especializado, en el que propone una tesis para ayudar a comprender un proceso tan complejo como el que ha desencadenado de la actual crisis económica.

Utiliza (sin abusar) la terminología económica necesaria para desarrollar su línea argumental, e incluye un número razonable de datos y tablas estadísticas como base de apoyo. La traducción al español no es mala, pero podía haberse mejorado con una simple relectura por parte de los traductores. En su estilo, tiene la originalidad (algo snob) de estar escrito como si quien lo escribiera fuera una mujer y se dirigiera a un público de lectoras (parece que ha sido una condición impuesta por el autor al editor español).

En su interesante e imaginativa interpretación del crash de 2008, Varoufakis viene a decir lo siguiente. La II Guerra Mundial (y la consiguiente victoria aliada bajo el liderazgo militar norte-americano) significó el comienzo de la hegemonía de los EE.UU. en el mundo (y el declive de Gran Bretaña y Francia). Esa hegemonía se sustentó en el llamado Plan Global, cuyas bases se pusieron en la Conferencia internacional de Bretton Woods (Washington, julio de 1944). En esa Conferencia, el presidente Roosevelt y su equipo del New Deal pretendían blindar a la economía norteamericana y al capitalismo mundial ante futuras (e inevitables) crisis, evitando que éstas se transformaran en una gran Crisis (con mayúscula) como la del crash de 1929, que había causado un pánico del que todavía no se habían recuperado los estadounidenses. Había consenso de que era necesario para que el capitalismo funcione cierta convergencia y coordinación de las políticas nacionales.

En Bretton Woods se crearon el FMI (Fondo Monetario Internacional) y el BIRF (luego transformado en el actual Banco Mundial) y se acordó convertir el dólar en referencia del sistema de cambio de las distintas monedas (un patrón-dólar al que, además, se le asignaba un valor fijo en oro de 35 dólares por onza). Se creaba así una especie de unión monetaria (con el dólar como moneda de referencia), donde los gobiernos firmantes se comprometían a coordinarse en todo lo relativo a sus políticas de devaluación de las monedas. No era un sistema de moneda único, pero casi, ya que, ningún país podía devaluar sus monedas por debajo del 1% de su tipo de cambio respecto al dólar. Sin embargo, al no crear verdaderas instituciones de gobernanza monetaria, la disciplina a la que se sometían los Estados firmantes dependía del poder de persuasión de la nueva potencia mundial (EE.UU.) y de la voluntad de los gobiernos nacionales de respetar las instrucciones emanadas de las autoridades norteamericanas.

En esa Conferencia internacional, Gran Bretaña estuvo representada nada menos que por el economista John M. Keynes, quien propuso crear una auténtica “unión monetaria internacional”, que, sin embargo, no fue apoyada por sus colegas norteamericanos del New Deal. El ilustre economista británico estaba convencido de que un sistema capitalista integrado en algún tipo de unión monetaria, necesitaba de un “mecanismo institucional de reciclaje de excedentes” que evitara los desequilibrios internos entre países con economías diferentes (unas, excedentarias, y otras, deficitarias). Sin ese mecanismo, pensaba Keynes, si se produjera una crisis económica en un país (sea excedentario o deficitario), se contagiaría al resto y acabaría por destruir todo el sistema en su conjunto.

Tras la II Guerra Mundial y a falta del “mecanismo institucional de reciclaje de excedentes” de que hablaba Keynes, es la economía norteamericana la que va a desempeñar ese papel, exportando al resto del mundo (no comunista) los enormes excedentes que su economía ya atesoraba. Esos excedentes se destinaron a la recuperación de las áreas del mundo devastadas por la guerra (sobre todo, Europa Occidental, con el Plan Marshall, y Japón) siendo las propias empresas norte-americanas las principales beneficiarias. Eso permitió que la economía estado-unidense continuara atesorando enormes beneficios, hasta que, tras las guerras de Corea y Vietnam, los EE.UU. se convirtieron a principios de los 70 en un país deficitario, cuya economía no podía ya financiar los enormes gastos militares y la política social del presidente Johnson.

En vez de restringir el gasto, y equilibrar sus finanzas y su balanza comercial, los distintos gobiernos (el de Nixon y el de los demás presidentes que le sucedieron, independientemente de que fueran republicanos o demócratas) optaron por mantener los déficits presupuestarios (tanto el déficit público, como el déficit comercial), y decidieron que podían financiarse con dinero procedente del exterior. De este modo, el Plan Global creado en Bretton Wood, y que se basaba en la naturaleza excedentaria de la economía norteamericana, se hizo inviable cuando EE.UU. se convirtió en el país más endeudado del mundo y sus problemas de deuda comenzaron a contagiar a los demás países (Gran Bretaña y Francia abandonaron la paridad del dólar a comienzos de los años 70. Hubo que poner en marcha, por tanto, un sistema alternativo, y a eso se ocuparon los distintos gobiernos norteamericanos de la década 70 y 80.

El nuevo modelo se sustentaba en el hecho, paradójico, de que, a pesar de que la economía americana era ya deficitaria, el dólar continuó siendo la moneda refugio de los inversores internacionales, que trasladaban a Wall Street inmensas cantidades de dinero. A ello contribuiría la subida espectacular del petróleo de 1973, que, propiciada por el gobierno de los EE.UU., generó enormes beneficios a las compañías petroleras norteamericanas y a las oligarquías de los países productores, cuyos petrodólares cogían el camino a Wall Street como si fuera la Meca de las finanzas (a eso contribuiría el alza de los tipos de interés). Y todo ello impregnado del gran poder de persuasión de la hegemonía militar (nuclear) de los EE.UU. en el mundo.

Así, el Plan Global de Bretton Wood fue sustituido por un nuevo modelo, que Varoufakis llama el “Minotauro global”, por alusión al mito griego de la bestia encerrada en un laberinto cretense (mitad humano, mitad toro), a la que había que alimentar con jóvenes doncellas para saciar su hambre, y al que daría muerte el héroe griego Teseo utilizando el hilo de Ariadna. Ese modelo se consolidó en las décadas de los 70 y 80 y ha durado hasta el crash de 2008, funcionando como un Minotauro cuya principal doncella es Wall Street, que le alimenta con las ingentes cantidades procedentes de los inversores internacionales. Para hacer atractivas esas inversiones, el “Minotauro global”, liberado de mecanismos regulatorios gracia al pensamiento neoliberal y a las acciones (mejor sería decir las omisiones) de los poderes públicos, crea artilugios financieros (los llamados productos derivados) cada vez más sofisticados, cada vez más alejados de la economía real productiva (las opciones de compra de acciones, los seguros de cobertura, las hipotecas subprime, los CDO, los CDS,…) y cada vez con riesgos más elevados. A eso habría que añadir (lo apunto yo, no Varoufakis), la revolución tecnológica en el campo de las TIC y su aplicación al mundo de las finanzas, que da lugar a una economía altamente especulativa al permitir a los inversores obtener pingües beneficios en cuestión de décimas de segundo aumentando exponencialmente el ritmo del proceso de circulación del capital.

En esa época “gloriosa”, el Minotauro ha ido actuando como “mecanismo (no institucional) reciclador de los excedentes” del sistema capitalista internacional, hasta que los desequilibrios internos y la falta de gobernanza (tras la retirada de los reguladores para dejar que el mercado financiero actúe libremente) acabaron hiriéndolo de muerte. En efecto, según comenta Varoufakis, se ha ido produciendo en el “Minotauro global” un desequilibrio cada vez más grande entre la economía productiva y la economía financiera, que, además, están cada vez más interconectadas entre sí. El estallido de la burbuja especulativa, que da sus primeras señales en 2001 con la crisis de las empresas “punto.com” (sobrevaloradas en su valor bursátil), comienza realmente con las dificultades mostradas por algunas entidades financieras en 2007 (Bearn Stearns, BNP-Paribas, Merrill Lynch,…) y luego con la caída de algunas de las más importantes (Lehmann Brothers, 2008), produciendo un efecto contagio en el conjunto del sistema bancario internacional y, de rebote, en la economía productiva, al cortarse las líneas de crédito. El Minotauro no sólo queda herido, sino herido de muerte. Y en esas estamos.

El autor se pregunta al final si el capitalismo mundial puede continuar funcionando sin la existencia del algún “mecanismo de reciclaje de excedentes”, es decir, sin un nuevo Minotauro. Su respuesta es que no, y que si no surge otro, el sistema se va a pique. Por eso, cree Varoufakis que acabará surgiendo un nuevo Minotauro. Después de analizar posibles candidatos (sugiere el Dragón chino, pero lo descarta mientras la demanda interna de China sea tan pobre), opina que será de nuevo en EE.UU. donde se reproducirá la bestia para ir absorbiendo los excedentes de un sistema des-equilibrado internamente.

El libro se acompaña de análisis más sectoriales y por países, que tiene su interés, aunque menor que el del crash 2008. Por ejemplo, analiza el caso de China, Japón y Alemania (este último interesante para explicar el tema europeo). Profundiza en la crisis europea del euro, de la que responsabiliza a Alemania, y da algunas recomendaciones para salir del actual embrollo. La principal (nada original) es la ya comentada por diversos autores sobre el papel del BCE como auténtica Reserva Federal Europea (comprando bonos de los países endeudados), a lo que, en su opinión, se opone Alemania por razones políticas (coste electoral) y económicas (le interesa una zona euro debilitada, pero bajo su control). Esta última parte del libro está escrita de forma algo apresurada y, dados los cambios que se producen un día sí y otro también en el ámbito europeo, sus recomendaciones y diagnósticos quedan superados por los acontecimientos. El primero de esos acontecimientos es, por ejemplo, ver al autor Varoufakis convertido en ministro de Finanzas del gobierno griego de Syriza. ¡Menudo cambio!


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